Eduardo González nació el 14 de abril de 1975. Recuerda que de pequeño, los sábados eran de panqueques, que él mismo preparaba para sus hermanas; y luego de imitar a su padre y ver chefs por televisión, en 1996 pisó una cocina de nivel profesional por primera vez. Desde ese momento ha pasado por todos los ámbitos del arte culinario. Tuvo dos restaurantes, es catedrático, asesor, ha colaborado en diversos libros, tiene un programa de televisión y es uno de los chefs más reconocidos a nivel nacional.
¿Cómo fue tu experiencia cuando estudiaste en México?
Desde el primer día fue una aventura. Debía llegar ese día pues corría el riesgo de que le dieran mi espacio a alguien más, según me había dicho el director Federico López. Conocí muchas cosas nuevas y experimenté otro nivel de la cocina. Y más que aprender la gastronomía culinaria, encuentro que los mexicanos tienen una pasión por lo propio, por sus ingredientes, su historia, y eso me genera ese sentimiento de querer hacer algo diferente, y de amor por mi patria.
¿Qué sucedió con tus restaurantes?
Los disfruté mucho, fueron etapas de mucho aprendizaje. En la vida hay muchas circunstancias que se unen para crear alguna situación. En el caso de mi primer restaurante, me fui quedando sin fuerzas, creo que no era el momento adecuado para la cocina de autor. A la gente le costó muchísimo entenderla. En la Taberna Culinaria las cosas iban muy bien, iba creciendo poco a poco. En el tercer año ya estábamos en números azules, pero era mucho estrés, muy agotador. Por salud, decidimos cerrar.
¿Cómo vez la gastronomía actualmente?
Hemos avanzado mucho, hay muchísimo talento. Pero mi pleito es con conceptos de comida sin fundamento. A nivel mundial hay un deseo por impulsar los productos locales, los ingredientes y cocinas locales; cosa que no pasaba hace 12 años cuando yo tuve mi primer restaurante. Pero hoy lo hacen solo porque está de moda. Siempre repito una frase que me dijo una persona en Zacapa, “Un pueblo sin identidad no es nada”. Somos un pueblo que estamos más identificados con otras cosas que con nuestra cultura. En gastronomía pasa lo mismo, queremos usar productos que vienen de otro lado, cuando acá los tenemos de gran calidad, pero como es de acá, no lo valoramos igual que lo francés.
¿Tenemos cultura gastronómica?
Si la hay. Hace 30 años eran pocos los que tenían la posibilidad de irse a estudiar al extranjero, ahora mucha gente viaja y eventualmente vuelven. En ese momento, y luego de haberse expuesto a otras culturas, la gente busca eso, exige esa calidad. Hoy, algunos restaurantes ya tienen un menú respetable. Eso te dice que esa cultura está creciendo.
¿Qué le hace falta a la cultura gastronómica nacional?
No le hace falta nada. La gastronomía tradicional es una maravilla, es una joya. Quizás lo que hace falta es mayor difusión y que el mismo guatemalteco apueste por ella. Hemos querido dar a conocer nuestro país, a mi criterio, de una forma equivocada. Guatemala es más que trajes típicos, es más que el pepián, el jocón o el subanik. Tenemos mucho que ofrecer, cacao, vainilla, hierbas como al hoja de Santa María, y así muchas cosas más. Creo que el primer paso para darla a conocer en el extranjero, es conocerla nosotros.
¿Por qué algunas personas podrían despreciar un buen plato tradicional?
Uno come en base a lo que se ha estado expuesto. Por ejemplo, si a un niño del norte España se le da una tortilla con frijol volteado, su reacción seguramente no sea agradable. Pero dale a ese mismo niño, pulpo a la gallega; naturalmente será de su agrado. Así funciona, podemos hacerlo a la inversa y el resultado siempre será en base a lo que hemos estado expuestos.
¿Qué tienes pendiente?
Cada paso que he dado me ha formado como la persona que soy, con todos los aciertos y errores, no creo que no me haga falta nada, pero estoy muy contento con lo que he logrado, disfruto mucho cocinar para mis amigos, para mi familia; quiero continuar con los proyectos de asesoría, seguir dando clases, seguir con el programa, y en general estoy abierto a lo que venga.
